Empieza la Guerra Parte 8

El Pacto de Marmoutier
Por Alejandro Echartea


La Limusina Cadillac Fleetwood 1969 recorre la adoquinada avenida de Place du general de Gaulle y se estaciona en el numero 67440 del pueblo de Marmoutier, justo frente al antiguo e histórico monasterio fundado por San Martín De Tours. El Monasterio francés se eleva a las orillas del río Loira con sus altas torres y nave principal construidos de piedra así como las edificaciones aledañas que forman en su conjunto lo que podría describirse como una fortaleza medieval.

La Luna no figura en el cielo estrellado, el cual, libre de nubes muestra un inusual espectáculo de luces a lo largo y ancho del firmamento. A los alrededores del monasterio las calles aparecen desiertas y el silencio es tal, que el ruido del viejo motor del Cadillac parece mayor al momento de detenerse frente al antiguo edificio.

La puerta del chofer se abre dejando salir a un hombre vestido de traje negro y lentes oscuros, su cabello largo y canoso lo lleva recogido hacia atrás mientras quemaduras y cicatrices adornan el rostro del caballero; este se dirige diligentemente hacia la puerta del pasajero abriendo con mano enfundada en un guante negro la puerta no sin antes echar una mirada a los alrededores del lugar.



De la limusina baja una mujer alta, esbelta pero atlética de cabello negro con canas adornando sus sienes. Unas líneas de expresión en sus mejillas revelan que la imponente pero atractiva dama ronda ya el medio siglo de vida.

- Gracias Luca.- Dice la distinguida dama mientras tiende su mano al chofer y este le ayuda a bajar del vehículo.

- Madame Artemis.

La pareja de recién llegados se encamina hacia las puertas principales del monasterio, una de las cuales se abre y de ella sale un par de chicas de rasgos asiáticos. La pareja formada por la Señora y su Guardaespaldas se detiene a prudente distancia y observa a las chicas, su parecido es idéntico, deduciendo claro, que se trata de gemelas. Vestidas en ceñidos trajes de piel y lentes oscuros no pueden ocultar su juventud en sus rostros adolescentes y su metro y medio de estatura. Las gemelas al observar a los recién llegados hacen un saludo oriental inclinando respetuosamente su cabeza sin dejar de mirarles a los ojos.

- Madame Artemis, Señora del Clan du L’ange, Gran Luca, Gran Maestre, sean bienvenidos.

- Dice una de las chicas.

Inclinando su cabeza respondiendo al saludo inicial, Madame Artemis da un paso hacia el par de gemelas. –Muchas gracias por el recibimiento, ¿quién es el señor que tuvo esta atención con un Clan rival y cuales son sus nombres, señoritas?

- Nuestro señor es el Gran Mazakatzu del Clan del Loto del Japón. Ella es mi hermana Rioko, yo soy Keiko y somos las protectoras de nuestro padre y señor.- Dice la otra de las gemelas. - ¿Podemos pasar? El resto de los señores y sus guardianes nos están esperando. – Dice señalando al interior del monasterio.

La señora y su guardián entran por la nave principal de la capilla del monasterio y esperan a que las gemelas les adelanten indicándoles el camino hacia la reunión.

A su paso, las velas encendidas en los estantes frente a los retratos de santos y mártires dan una sensación cálida y agradable a la atmósfera del lugar. Los grandes candelabros colgantes de la cúpula de la capilla apuntan hacia el altar el cual luce en un lugar privilegiado al Santo Patrón de Francia. A un lado del altar se encuentra un pasillo disimulado por mampostería y adornos de madera por el cual las gemelas se encaminan, en un punto del pasillo llegan a una gruesa puerta de madera con herrería la cual abren y revela unos largos e irregulares escalones roca.

Los cuatro personajes descienden por dichas escaleras iluminadas escasamente por antorchas apostadas a cierta distancia unas de otras en el lado derecho de las paredes. Las escaleras bajan a un punto donde empiezan un recorrido circular incrustándose más en las profundidades del monasterio.

Finalmente, las escaleras llegan al término del descenso y a través de un portal se abre una bóveda gigantesca frente al grupo de visitantes. La bóveda fue en un origen una cisterna romana la cual proveía de líquido fresco y abundante a los primeros habitantes de Marmoutier.

Adentrándose en la bóveda, los cuatro individuos llegan hasta un recinto dispuesto con una larga mesa de madera en el centro, cinco pesadas sillas se encuentran distribuidas a cada lado de la mesa ocupadas todas, menos una.

A la cabeza de la mesa, en el lugar de honor, la silla principal también se encuentra vacía dando a entender así que la reunión no ha dado inicio aún al faltar el anfitrión del evento.

Los Señores quienes se encuentran ya en sus lugares notan el arribo de los recién llegados y se ponen de pie para saludar cortésmente a la Dama.

- Saludos Artemis, te ves tan hermosa hoy como hace veinte años en aquella montaña de Rumania.- Dice un enorme y fornido sujeto de abundante y larga cabellera negra quien al ponerse de pie, avanza hacia la Señora Du L’ange a quien saluda y besa en su mano.

- Bertrand, un placer verte de nuevo, recuerdo que esa noche tu fuiste el que más No Muertos cazó de los que nos encontrábamos allí.

Por cada Señor, a excepción de Mazakatzu, hay un Guardián que celoso de su deber deambula por los alrededores de la mesa observando cada movimiento. Uno a uno los Señores de los Principales Clanes Licántropos van ocupando su lugar en la mesa, Bertrand de pie alza con su enorme mano una copa de oro repleta de un rojo y brillante vino.

- Pues bien hermanos míos, hijos del Gran Lobo, permítanme dar inicio a este conclave que será por mucho, recordado en los libros de historia del mañana. –Todos los Señores asistentes alzan su copa en respuesta al saludo de Bertrand. –Permítanme hacer las presentaciones, ¡yo soy el Gran Bertrand!, Señor del Clan Cainita de Rumania, a mi derecha está la hermosa Artemis, Señora del Clan du L’ange de Francia, le sigue el Poderoso Misha, Señor del Clan Del Oso de Rusia, Scofield “el Bravo”, Señor del Clan Highlander de los Estados Unidos y el Reino Unido y el Misterioso Xicotencatl, Señor del Clan Balam de México.

En el otro lado de la mesa tenemos al Honorable Mazakatzu, Señor del Clan del Loto de Japón, Li “el Antiguo”, Señor del Clan del Dragón Rojo de China, el Guerrero Eterno, Amar Jawan, del Clan Bhárat de la India, Ramses “el Faraón”, Señor del Clan de Horus en Egipto y finalmente pero no menos importante está Diego Berlanga, Señor del Clan de La Plata de la Argentina.

Uno a uno, los Señores se ponen en pie al ser nombrados mientras su respectivo Guardián ocupa su lugar tras la silla de su señor.

Li, el señor del clan del Dragón Rojo queda ubicado inmediatamente enfrente de Artemis, ninguno de los dos Señores Licántropos repara en este detalle, sin embargo, son sus Guardianes los que al filo de la reunión notan sus respectivas presencias y en un acto ajeno a los demás, clavan intensamente la mirada entre si en un acto de complicidad.

- ¿Por qué eres tú el que da la bienvenida?- se levanta enfurecido Misha mientras su Guardián Mikail se apresta listo a un lado de su Señor ante cualquier contingencia.

- El Señor Del Oso tiene razón, -sentado en su lugar, Li permanece tranquilo y sereno ante la abrupta interrupción- pero sabio es que le demos la oportunidad de explicar el porqué da inicio al Conclave antes de la llegada de nuestro misterioso benefactor. –Zeta, el Guardián del Clan del Dragón Rojo permanece inalterable tras su Señor ante la mirada asesina que Misha lanza a su Señor, no obstante, cuando su mirada se cruza con la de él, el Señor Ruso baja inconcientemente la mirada ante el Guardián y se sienta en su lugar tratando de ocultar la vergüenza al descubrirse en esa posición.

- Hijos míos, no peleaís entre si.

Una voz profunda y cavernosa resuena desde el fondo de la bóveda, desde el lado opuesto de la vieja cisterna. Es tal el impacto y la autoridad de la voz, que todos, sin excepción, giran inmediatamente la cabeza para conocer al ser que se atreviera a darse a conocer así mismo como su Padre.

De las sombras que rodean el gran círculo formado por la mesa, las sillas y las velas que iluminan el lugar, aparece una figura alta, robusta pero fuerte, imponente pero cálida, misteriosamente resplandeciente en aquella oscuridad con un aura de poder que nunca, ninguno de los seres vivientes en aquel gran salón, había visto jamás en su vida.

Cerca ya de la Congregación, situándose frente a la silla del anfitrión pero sin tomar asiento, la figura ataviada con rojos vestidos de Cardenal Romano abre los brazos como en la liturgia y reza.

- Doy gracias al señor de que hayan aceptado mis invitaciones y que estén todos juntos aquí reunidos.

- Nos gustaría saber el motivo de esta reunión, y porqué usted, señor, se atreve a esto. –alza la voz Scofield revelando la incógnita de la mayoría.

- ¡Ah! Les traigo un regalo, un regalo de paz y armonía entre sus Clanes.

- Lamento mucho decirle esto, Cardenal, -sosteniendo perezosamente su copa con la mano derecha, Madame Artemis mira ceñudamente al representante de la Iglesia Católica- pero la única esperanza que había de Unificación entre todos nuestros Clanes se esfumó gracias a uno de los Nosferatu.

Pesadamente, una avalancha de murmullos se deja caer sobre los presentes asintiendo a la declaración de la Señora de los Lobos.

- Así fue. –Burlonamente el Cardenal bebe un sorbo de su copa de vino y dando un vistazo a la Congregación, regresa suavemente la copa a la mesa.- Pero existe otra descendiente de Caín que puede cumplir su profecía, y está segura en nuestro poder.

Si el tiempo se pudiera detener, éste se detuvo para los Señores Licántropos al escuchar aquella afirmación.

- Lo único que pido para entregarla a ustedes y que cumplan su destino es un favor, un favor mutuo, de hecho. –La respiración acelerada de los Señores y sus Guardianes parece sentirse en el brillo de las velas así como el latir de sus corazones se siente casi en la tela de la ropa o se escucha a lo lejos como una batería de tambores a todo lo que da- Se trata de una alianza, ya que debemos estar juntos para acabar con una amenaza que ustedes conocen bien.

- Debemos acabar con los Vampiros. –Dice Bertrand casi sin poder creerlo.

- Así es… pero esta vez contarán con nuestra ayuda, ustedes serán nuestros Ángeles… -con ambos brazos abiertos y el éxtasis en su rostro se levanta el Cardenal- ¡¡¡Y JUNTOS EXTERMINAREMOS A ESOS HIJOS DE SATANAS!!!

Año 316 DC…
Martín fue hijo de un tribuno militar romano, nació en Pannonia, Hungría. Fue nombrado Martín en honor a Marte, el dios romano de la guerra. Desde joven se une al ejército romano en las Galias. Años después al encontrarse destacamentado en Amiens, en un día particularmente frío, se encuentra a un mendigo a las afueras del pueblo, quien al verlo, le pide ayuda por caridad. Martín entonces decide cortar la mitad de su capa y entregársela al pobre hombre. Esa misma noche, Martín tuvo una visión, un sueño, en el cual ve a Jesucristo llevando la mitad de su capa diciendo a sus ángeles, “Miren, esta capa me la entregó Martín, quien siendo pagano, su corazón se apiadó y la regaló a un desprotegido para protegerle del frío”, tras ese sueño decide bautizarse en la religión cristiana y abandonar la vida militar.

Años después fundó un monasterio en Marmoutier, el cual se convertiría en un importante centro religioso de donde continuó con su labor de misionero.

En el año 397 DC, en su lecho de muerte en el monasterio de Marmoutier sus discípulos le dicen "¿Por qué padre nos dejas? Lobos rapaces invadirán tu grey".

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