El Vampiro de Montenegro
Por Alejandro Echartea
Ciudad de Podgorica, capital de Montenegro…
La elegante Quinta Romana se levanta magnífica sobre la línea costera al sur de la capital, desde este lugar, se puede observar como la sombra del Gorica abraza poco a poco el largo de la ciudad hasta llegar a las heladas aguas del Lago Skadar.
El cielo gris que predominó la mayor parte del día, se torna negro poco a poco y se funde con la oscuridad del lago mientras ráfagas heladas cortan el silencio y abren un surco dando paso del día a la noche.
En la Quinta, sin embargo, el inhóspito y gélido ambiente invernal europeo pasa inadvertido para un grupo de damas y caballeros quienes festejan la disolución de la República de Yugoslavia.
Desde temprana hora se reunieron en este lugar alrededor de 50 almas para festejar a uno de los arquitectos de ese importante momento histórico que dio inicio con la caída del bloque comunista en 1989.
El gran salón de la Quinta se encuentra ocupado a toda su extensión por una mesa de roble negro, los invitados más importantes se encuentran sentados a la mesa mirando con orgullo y admiración a su anfitrión al pie de la mesa quien sostiene una copa en alto de un brillante vino tinto mientras propone un brindis por el futuro de Montenegro. Distribuidos alrededor del salón, los invitados menos importantes aprecian con asombro el lujo –y a la vez sereno confort- de aquel gran salón.
El gran candelabro –así como diversas lámparas de gas- ilumina la escena otorgando un buqué de antigüedad más acentuado a aquel lugar.
Mientras tanto, en un rincón del salón, un viejo reloj de péndulo da la campanada de la media noche y los primeros invitados parten al calor de las copas, a la salida, ven como una estrella se asoma fugazmente entre las nubes, pero rápidamente, estas se cierran nuevamente impidiendo otros intentos de curiosidad estelar.
El clang del reloj de péndulo suena por segunda ocasión cuando la manecilla pequeña deja atrás el doce romano, el salón se encuentra semivacío. Milán, el anfitrión, fresco y carismático, conversa con sus allegados cerca de la chimenea mientras una ráfaga de aire se cuela por el salón:
- ¡Por Dios! Parece que la Parca se ha colado a la fiesta, ¿no te parece, mi estimado Milán?- dice un regordete hombre a la derecha del anfitrión.
Tras ponerse de pie y colocar su copa en un taburete, Milán camina seguido por los pocos invitados que quedan hacia la entrada del salón y ven como las puertas del vestíbulo de la entrada se encuentran abiertas de par en par dejando entrar una ventisca acompañada de aguanieve de tormenta.
- En este caso la Parca ha venido acompañada de una torrencial lluvia, ¿no les parece?
- ¡Qué desconsideración! –dice el regordete hombre-, tan inoportuna y a esta hora.
Cerrando parcialmente la entrada, Milán voltea a sus pocos invitados tendiendo una mano frente a ellos.
- Me parece que la fiesta se ha prolongado más de lo esperado, ¿les puedo ofrecer hospedaje en mi humilde casa?
Alagados, uno a uno se excusa con la invitación y tras unas pocas palabras, un apretón de manos, un abrazo y un beso en la mejilla, fueron partiendo.
Todos, menos Eva.
Eva, una joven mujer de piel blanca y cabellos largos y negros que enmarcan un rostro adornado por dos grandes y sensuales ojos, un par de labios rojo carmín y una nariz pequeña y respingada. Al final del salón, frente al calor de la chimenea permaneció Eva concentrada en la lectura de un viejo libro.
- Eva, ya todos se han ido.
Sobresaltada, la menuda figura gira con el libro entre sus manos y el rubor en sus mejillas al oír la voz de su anfitrión.
- ¡Oh! ¡lo siento! Pero es que… estaba tan absorta en la lectura de este libro que…
- No te inquietes –calmando a la chica, Milán la coge del brazo y a un lado de ella, observa la pasta del libro-, pero… ¿de dónde salió esto?
El libro resbala de las manos de Eva y girando sobre si mismo cae a la alfombra del piso haciendo un sonido hueco y apagado al golpear y quedar abierto por la mitad de sus hojas.
No- no lo sé, estaba en una mesa, me parece.
Casualmente, Milán se inclina y recoge el libro, lo sacude para quitarle el exceso de polvo y tranquilamente lo lleva hasta un librero oculto entre las paredes del salón.
- No importa, son solo… unas anécdotas.
- ¿Anécdotas? Pero… parecen más bien narraciones de terror. –Dice Eva mientras sigue la trayectoria del político hasta que deposita el libro en el estante.
- Son ambas cosas.
Tras trastabillar un poco, Eva escucha su corazón acelerarse rápidamente en su pecho mientras Milán mira por la ventana las luces de la ciudad.
- Dime Eva, ¿crees en los vampiros?
- ¿Vampiros? –una explosión de adrenalina corre entre las venas de Eva al escuchar la pregunta.- Si, si creo en los vampiros.
- Yo también. – Caminando cabizbajo hacia la chimenea, Milán lleva ambas manos sujetas por detrás de su espalda. – Aunque nunca he visto uno en mi vida, ansío ser como ellos, ¡Dios! ¿te imaginas lo que debe de ser vivir para siempre, ser joven, bello y poderoso por toda la eternidad?
Retrocediendo un paso, Eva mira de reojo la entrada principal cerrada.
- Quiero decir, ¿se incrementan tus sentidos, tus sentimientos son distintos? ¿cómo es ser un ser inmortal mientras ves morir a tus contemporáneos? –girando lentamente, Milán se pone contra la luz de la chimenea para ver completamente la frágil figura de Eva.- Si pudiera pedir algo en mi vida, es convertirme en uno de ellos.
- Tu eres… ¡tu eres el Vampiro de Montenegro! –señala Eva con su dedo índice a Milán. -¡Tu mataste a toda esa gente!
Con el rostro desencajado de cualquier emoción, Milán camina hacia la mujer con el atizador de la chimenea sostenido en alto. La muchacha tropieza con la alfombra y cae al suelo mientras como una guillotina, el brazo amenazador del hombre cae contra ella pero falla y resbala para quedar encima del cuerpo de la hermosa dama.
Si, yo soy, bebí la sangre de 20 personas no para poder vivir, lo hice por admiración, porque que quiero convertirme en uno de ellos, quiero ser un vampiro real.
Forcejeando, el hombre logra triunfar con su fuerza contra la joven mujer mientras esta cae desmallada por el esfuerzo, la angustia y el terror. Flácida entre los brazos de Milán, este desgarra la blusa de la mujer y acerca sus labios al cuello de Eva. Entre las comisuras de sus labios, el político siente las palpitaciones del corazón en el cuello y enloquece de excitación listo para hacer la herida mortal.
No es como tú imaginas.
Una voz rompe el silencio de la escena y hace a Milán levantarse de un salto antes de consumar su horrible crimen.
¡¿Quién eres?!
Grita el hombre al silencio de la noche.
- Ser un vampiro es una maldición, ¿nunca lo has pensado?
- ¡¿Dónde estas?!
Grita nuevamente.
- Se le llama Eternidad por una cosa…
- ¡¿Dónde estás?!
Grita Milán, finalmente mientras deja caer el atizador junto al cuerpo inconsciente de la mujer.
…por que la pasas en la Soledad.
Un hombre alto y blanco como el mármol aparece frente a Milán como si todo el tiempo hubiera estado parado en ese lugar.
Antes de una exclamación, de un ruido o un suspiro, un chorro de sangre brota del cuello de Milán mientras el ser se inclina sobre la yugular profanada y bebe de la sangre del homicida.
Tras beber del cuello, el cuerpo en shock cae entre convulsiones al suelo alfombrado, con lágrimas corriendo por las mejillas, Milán ve como el etereo ser camina hacia Eva, la coge entre sus brazos y la saca del gran salón mientras las paredes estallan en llamas. Quieto y en silencio, el político de Montenegro observa cerrarse la bóveda de su Quinta entre el humo y fuego mientras un último pensamiento cruza por su mente antes de perder el conocimiento.
- ¿Quién eres? –y como respuesta, en un eco en su cerebro escucha- “Mi nombre es Selkirk… Selkirk Dragonknight”.
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