Reencuentro
Por Alejandro Echartea
El Clan de Baal
Un apuesto hombre rubio y de ojos azules vestido de negro, cual sacerdote católico, reza fervientemente de rodillas frente a un rudimentario altar hecho de corroídos tablones en una pequeña capilla de piedra y mortero; con la mirada clavada en lo alto sobre una rama cubierta de espinas de mezquite con forma de cruz, el blondo caballero sostiene un rosario de madera de roble unido de pequeños eslabones de oro del cual pende una cruz y en el centro de ésta, en relieve, dos pequeñas llaves entrecruzadas por un listón y en el centro de ambas la tiara del santo pontífice, es decir, el Escudo de Armas del Vaticano.
Por Alejandro Echartea
El Clan de Baal
Un apuesto hombre rubio y de ojos azules vestido de negro, cual sacerdote católico, reza fervientemente de rodillas frente a un rudimentario altar hecho de corroídos tablones en una pequeña capilla de piedra y mortero; con la mirada clavada en lo alto sobre una rama cubierta de espinas de mezquite con forma de cruz, el blondo caballero sostiene un rosario de madera de roble unido de pequeños eslabones de oro del cual pende una cruz y en el centro de ésta, en relieve, dos pequeñas llaves entrecruzadas por un listón y en el centro de ambas la tiara del santo pontífice, es decir, el Escudo de Armas del Vaticano.
Al concluir su letanía el rubio caballero se persigna y
guarda el rosario en una bolsa colgada del cuello y la introduce dentro de la
sotana, recoge una larga espada ornamentada con ángeles y cruces y se pone de
pie al tiempo que la ciñe a un grueso cinturón de cuero.
De la entrada de la capilla unas precarias puertas de madera
tan vieja y destartalada como el altar se abre para dejar pasar a un alto y
moreno hombre vestido con ropa estilo militar, -Capitán, un hombre lo busca en
la entrada del campamento-, dice con un dejo de exaltación.
- Eso no es posible, no espero a nadie- responde Braveblade
al girarse para ver de frente a su subordinado.
- Señor, es un Nosferatu, dice que usted desea hablar con
él.
- No tengo nada de que hablar con esas aberraciones de la
creación, saben lo que tienen que hacer, mátenlo de inmediato.
- Su nombre es Selkirk-, responde tajante aquel soldado esperando
ver la reacción de su comandante, éste se lleva una mano a la barbilla y la
acaricia meditabundo mientras con sorpresa fija su mirada en el emisario.
- Selkirk… no es posible… ¡tráelo ante mí!-, con un
sobresalto el hombre de tez morena agache la mirada mientras sale de aquella
capilla y se pierde de vista. Sin darse cuenta, Braveblade acaricia la
empuñadura de la espada mientras aguarda. Algunos segundos pasan para que unas
pisadas firmes se oigan aproximarse sobre la grava del desierto de Texas, la
tenue luz de las estrellas se filtra por el desvencijado techo de tejas, su
oscuridad señalan que la luna se encuentra ausente y que el amanecer está a
unas horas.
La puerta se abre con un crujido y una mano enguantada
anuncia a un caballero de piel pálida como el mármol, cabello y ojos negros
como el cielo y una oreja de plata reluciente que refleja momentáneamente la
luz de las velas del altar a espaldas del Paladín, por unos segundos que parecen
no tener fin los dos caballeros se miran en la quietud del silencio sin saber
exactamente como reaccionar ante aquel inesperado encuentro.
Hace mucho tiempo, en
un Mundo Oscuro…
Miles de soldados avanzan bajo un cielo rojizo hacia la
sombría fortaleza de piedra negra en medio de un inhóspito desierto, toques de
trompetas dirigen la formación de batalla mientras que en una pequeña colina -desde
la cual se observan las montañas en el horizonte-, un pequeño grupo de
guerreros se reúne desde todos los rincones de aquel dantesco mundo conocido
como “Las Tierras Oscuras”.
Selkirk Dragon Knight, portando una armadura completa dorada
entrega un pergamino a un soldado de caballería que sale en dirección de aquel
ejército formado por miles de hombres que buscan derrocar a el ser que gobierna
su Mundo, desmontando de un hermoso corcel blanco, un caballero de plateada
armadura y cabello largo y dorado como el oro saluda con un afectuoso abrazo a
aquel general.
- Llego el día Selkirk-, dijo Braveblade.
- Para esto nos entrenamos hermano, lucharemos en el nombre
del Bien para liberar a estas tierras de su tirano.
Observando a la fortaleza, un hombre encapuchado y de larga
capa vestido de cuero carmesí escucha silencioso a los caballeros, junto a él,
un enorme y poderoso sacerdote de la guerra balancea impaciente una monumental hacha
de batalla. Junto a aquel grupo los acompañan un clérigo el cual manda
bendiciones a la multitudinaria formación a los pies de la colina, una hermosa
mujer de largos cabellos negros y ojos violeta, un samurai vestido con hakama y
kimono y finalmente un alto y musculoso hombre de cabello escaso pero largo
vestido con armadura de cuero y dos espadas colgadas a sus espaldas.
- Me parece de lo más gracioso que el Clan que reunió para
protegerlo sea el que lo vaya a derrocar-, dijo el guerrero de la capucha
acompañando su comentario con una carcajada.
- ¿Te parece gracioso todo esto, Lóbrego?-, pregunta la
hechicera.
- ¡¿No puedes negar la ironía de todo esto?!- dice Lóbrego
apuntando del ejército a la fortaleza negra y finalmente al pequeño grupo de
generales, -¿Cuántos años tenemos atrapados en ésta tierra maldita?, ¿cinco,
diez años? ¡Y todo para ser los esbirros de Baal!
- Miles morirán hoy, Lóbrego, nosotros incluso, por favor
guarda un poco de respeto-, señala Richard Braveblade, el único Paladín de
aquella tierra tenebrosa.
- Estoy dispuesto a morir hoy con gusto siempre y cuando
pueda llevarme conmigo al dios de éste lugar-, sentencia Lóbrego tras escupir
el suelo.
Una trompeta resuena en el campo de batalla mientras en el
horizonte un débil sol rojizo hace su aparición sobre las negras siluetas de
las montañas, en ese momento el ejército se mueve hacia la fortaleza negra de
la cual una lluvia de flechas incendiarias sale de las almenas de las murallas.
- Es hora, ¡adelante!-, grita el clérigo de la guerra, Zor,
alzando en alto su hacha de batalla mientras el resto de sus compañeros montan
sus caballos.
- ¡Recuerden! ¡No importa quién muera ni cuantos lo hagan…!-
gritando al galopé Luca, el montaraz, sujetando ambas espadas con sus manos mientras
hábilmente cabalga sobre su caballo conmina, -¡tenemos que darle muerte al dios
Baal antes de que caiga la noche!
- ¡Por la Victoria!-, gritan todos y se unen a la ofensiva.
Lo siguiente fue la locura, licántropos, trolls, duendes,
zombies y cuanto monstruo caminara sobre aquellas Tierras Oscuras salieron al
encuentro del ejército libertador, en oleadas de atacantes, miles y miles de
soldados cayeron muertos en aquel desierto salino. La fortaleza, inexpugnable
se erigía altiva con sus murallas impenetrables, las armas de asedio, arietes,
catapultas y escorpiones parecían no hacer mella en aquella misteriosa roca
negra.
El mediodía había pasado hacían ya horas y los combatientes,
agotados, parecían flaquear en ocasiones, pero justo cuando los ánimos parecían
morir, un nuevo aliento de lucha llegaba a ellos a través de las plegarias de
Cretmus y Zor, así como de las arengas de Braveblade, Luca, Zeta y Selkirk, o
por el incansable espíritu de lucha de Lóbrego, sin embargo, el sol había ya
recorrido la mayor parte de la bóveda celeste y amenazaba con caer al otro
extremo del desértico valle.
- ¡Se nos acaba el tiempo Selkirk!- señaló furiosa Marisa la
Nigromante al ver pasar de cerca al Caballero de Yram.
- ¡Richard! ¡Luca! ¡Zeta!... ¡alguien! ¿Alguna idea?-,
alcanzó a preguntar Selkirk Dragon Knight antes de ser atravesado por una
flecha en el cuello y caer de su caballo entre un grupo de trolls.
- ¡Es mío!-, se escucha como estruendo la voz de un
caballero de negra armadura y cabellos plateados al arrebatarle el guerrero
caído a la jauría de trolls.
- No Nix… ¡tú eres mío!-, Lóbrego, el Druida quién comparte
alma con un guerrero Ninja salta de entre los combatientes para asestar un
fuerte golpe con sus espadas al Paladín Oscuro, el cual, tambaleante, devuelve
el golpe a su Némesis.
Con dificultad, Selkirk se logra poner en pie y mantener a
raya a las huestes de Baal, poco a poco Luca, Zeta, Zor, Cretmus y Marisa se
acercan y montan una bien cuidada defensa a escasos metros de la muralla, lejos
del asedio de los arqueros duende y de la mortal lluvia de flechas de fuego.
Superado en número, Nix retrocede y se reúne con un grupo de
trolls, duendes y hombres lobo y prepara el contraataque, a lo lejos, agotados,
los soldados retroceden a prudente distancia lejos del alcance de las flechas.
- ¡Traidores!, están acabados, mi señor Baal nunca perdonará
que ustedes, su Clan, lo hayan traicionado de ésta manera, ¡el señor del sol ha
gobernado por siglos antes de que ustedes llegaran a éstas tierras y aquí seguirá
impartiendo muerte y destrucción a todos los habitantes de estas malditas
tierras!-, señaló burlonamente Nix, el Antipaladín.
- Sí es así… ¿por qué nos teme, Nix?, ¿te lo has
preguntado?-, responde Cretmus al mismo tiempo que con un ademán Selkirk alza
su brazo izquierdo y una corriente de viento levanta la arena del suelo
revelando una cúpula –invisible hasta ese momento- alrededor del grupo de guerreros,
mudo, Nix centra su atención en Marisa, quién en una lengua desconocida levanta
en alto el báculo con ambas manos hacia el sol del cual parecería que grandes
bolas de fuego se desprendieran y fueran a caer sobre ellos.
- ¡Son unos…!-, la frase pronunciada por Nix parece
enmudecer ante el estruendo ocasionado por las enormes bolas de fuego
convocadas por el hechizo de Marisa, las paredes de la gigantesca construcción
se cimbran ante el impacto y una gran parte de la muralla cae desplomada sobre
sí. A lo lejos el ejército libertador se congratula en un enorme júbilo, júbilo
que reabre las esperanzas de los combatientes quienes se lanzan a tomar la
fortaleza.
Repuesto, el Clan de Baal es el primero en entrar a la
fortaleza de la cual todos sus defensores parecieran haber perdido la
orientación resultando blanco fácil de los atacantes, de ésta manera y casi sin
resistencia los guerreros de otro Mundo logran abrirse paso hasta el Gran Salón
de Baal, en donde el dios de las Tierras Oscuras expectante, aguardaba sentado
en su trono de oro.
Baal el Creador, dios del Sol, el dios de la Noche, Baal, el
Amo y el Señor de la Guerra aguardaba vistiendo una larga túnica blanca con
bordados en oro, una larga lanza de luz y coronado con un casco de guerra de
oro, furioso, miraba a sus generales, a quienes había elegido hacía años como
los mejores de un Mundo que siempre quiso gobernar, pero que le había sido
negado siendo enviado a ese sombrío lugar para ejercer su poderío.
- ¿Cómo se atreven a venir ante mí de esa manera?-, espetó
con desprecio a su Clan-, ¡¿cómo se atreven a traicionar así a su dios?!
- No eres nuestro dios, nunca lo has sido y a partir de
hoy…-, rezaba Richard Blaveblade al ser alcanzado por un rayo salido de la
lanza de luz del dios.
- ¡Ustedes debían de protegerme de esa horda de salvajes!
- Esa horda de salvajes se cansó de vivir con miedo, de
sufrir frío, hambre y muerte por esos monstruos que son tu Legión-, apuntó
Selkirk dando un paso al frente.
Como un abanico el grupo de guerreros se abrieron paso cubriendo
todos los flancos frente al dios Baal, quien de manera histérica los miraba de
lado a lado, - ¡¿Saben lo que es ser un dios de un Mundo que te culpa de todos
sus males?! ¡¿Lo imaginan siquiera?!
- Ellos no necesitan a un dios que se oculta en la
oscuridad, que vive entre la riqueza y el excentricismo mientras su gente muere
allá afuera sola y desamparada-, dice Marisa al acercarse poco a poco a Baal,
al igual que sus compañeros.
- Lo que ellos necesitan es libertad-, agrega Selkirk
blandiendo sobre sí el sable katana que recibió como regalo de Zeta, el
Samurai, hace años atrás -nosotros no iniciamos ésta Revolución, pero sí la
terminaremos…
Mirando a uno y a otro Baal por primera vez en la vida
sintió miedo, miedo por haberle fallado a sus gobernados, miedo por haber
creído que al crear un Clan con campeones de otro Mundo podría burlar la
profecía que anunciaba que ese preciso día una rebelión acabaría con su
reinado, pero sobretodo, sintió miedo de conocer lo que todos los mortales
conocerán, el frío beso de la muerte.
Así, de pronto y sin aviso los ocho miembros del Clan de
Baal saltaron al unísono sobre su Amo, quién en un último intento por
defenderse lanzó un rayo de la punta de su lanza el cual golpeó a Lóbrego de
lleno lanzándolo por los aires y sacándolo de la sala del trono. Esquivando
tantos ataques como pudo, el dios Baal finalmente sintió el frío acero de la
espada del Paladín Richard Braveblade y en un grito desgarrador, implotó
llenando de luz cada rincón de aquel sombrío palacio.
1191, Tierra Santa…
La tercera cruzada por reconquistar Jerusalén de los
sarracenos se reavivaba con la infusión de las tropas inglesas y francesas al
mando de Ricardo “Corazón de León”, así, grandes batallas entre cristianos y
musulmanes recorrían las principales ciudades de Tierra Santa como lo eran
Acre, Haifa, Arsuf y Ascalon, sin embargo los constantes conflictos entre los
distintos ejércitos cristianos los obligaban a retroceder posiciones ante las
huestes de Saladino, en medio de éstas escaramuzas una fría noche de febrero un
caballero de dorada armadura se apareció ante las tropas cristianas, tomado
como un milagro el caballero fue considerado un ángel del cielo quién los llevaría
a la victoria sobre los infieles, sin embargo, durante el banquete el caballero
se negó a probar alimento alguno pero para sorpresa de él mismo, la sangre era
lo único que le apetecía probar… ese día había nacido Selkirk, el Vampiro.
1860, Ciudad del
Vaticano…
El Santo Pontífice Pío IX lucha contra el rey Víctor Manuel
II por mantener bajo su control los Estados Pontificios en contra de la
unificación de los territorios italianos, sin embargo la lucha es infructuosa y
queda relegado solamente a gobernar la Ciudad del Vaticano, ante éste negativo
panorama Pío IX lanza una plegaria a Dios pidiendo una señal de que no lo ha
dejado solo… así, sólo en sus habitaciones Pío IX es testigo de la aparición de
un rubio caballero de armadura plateada que aparece postrado a su pies, Pío IX
da gracias al Señor y bendice a Richard Braveblade, el Paladín de la Iglesia.
Hoy, en algún lugar
del Desierto de Texas…
- …y bien, ¿de qué querías hablar conmigo, Selkirk Dragon
Knight?-.
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